Borges en el Juicio a las Juntas: la rutina del infierno
El 9 de diciembre de 1985, la Cámara Federal de Apelaciones dictó sentencia en el juicio a las juntas militares, condenando por primera vez el terrorismo de Estado.
Las audiencias en el Palacio de Tribunales se prolongaron desde junio hasta agosto de ese año. Una de ellas, la del 22 de julio, fue presenciada por Jorge Luis Borges, quien atendió al testimonio de Víctor Basterra, prisionero y torturado en la ESMA.
En ese entonces, el escritor de 85 años ya era reconocido como el mayor exponente de la literatura de habla hispana. Y a partir de esa experiencia, su "primera y última vez en un juicio oral", escribió el texto breve titulado Lunes 22 de julio de 1985.
En él da cuenta del horror acontecido en la mayor tragedia argentina, pero también del negacionismo que le seguiría.
Para Borges, el relato de Basterra fue el de un hombre que "había entrado enteramente en la rutina de su infierno", ya que no emitió las "quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico" que él esperaba escuchar.
La nota fue publicada por la agencia EFE y luego fue reproducida por el diario El País de España.
La "inocencia" del mal
"He asistido, por primera y última vez, a un juicio oral. Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y de cotidiana tortura", dice Borges en las primeras oraciones del escrito que sería publicado en diarios internacionales.
Desde que el gobierno de facto de las juntas tomó el poder en marzo de 1976, el novelista y poeta se había manifestado políticamente a favor de la dictadura cívico militar.
De perfil conservador y antiperonista, entendía lo que sucedía como una guerra contra el terrorismo, y hasta avaló a los dictadores Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet.
Sin embargo, con el paso de los años reconoció en más de una ocasión que los militares apelaron a la ilegalidad, el horror y la clandestinidad.
Esa visión se condensa en un fragmento del texto sobre el testimonio de Basterra, donde el escritor señala un pasaje del relato cuya contradicción lo marcó:
"Ocurrió un 24 de diciembre. Llevaron a todos los presos a una sala donde no habían estado nunca. No sin algún asombro vieron una larga mesa tendida. Vieron manteles, platos de porcelana, cubiertos y botellas de vino. Después llegaron los manjares (repito las palabras del huésped). Era la cena de Nochebuena. Habían sido torturados y no ignoraban que los torturarían al día siguiente. Apareció el Señor de ese infierno y les deseó Feliz Navidad. No era una burla, no era una manifestación de sí mismo, no era un remordimiento. Era, como ya dije, una suerte de inocencia del mal", escribió.
Una advertencia sobre el negacionismo
Hacia el final de su texto, Borges anticipa un rasgo de la percepción histórica sobre el terrorismo de Estado que perdura en posturas negacionistas.
El autor remarca que ante cualquier contradicción o postura "no juzgar y no condenar el crimen sería fomentar la impunidad y convertirse, de algún modo, en su cómplice".
Pero a continuación, la observación final del texto refiere a la paradoja de justicia que originó esta investigación inédita para condenar a los responsables del terrorismo de Estado: quienes habían suprimido todo derecho y avanzado con el genocidio y la tortura, ahora se sometían a un juicio con garantías.
"Es de curiosa observación que los militares, que abolieron el código civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse ahora a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores. No menos admirable es que haya abogados que, desinteresadamente sin duda, se dediquen a resguardar de todo peligro a sus negadores de ayer".