"Los directores franceses no saben qué hacer conmigo", le dijo Juliette Binoche al diario británico The Independent en una de sus entrevistas en el 2012. Quizá sea porque Juliette sea una mujer con la experiencia de más de 54 películas, y tal vez sea porque siempre se negó a caer en un rol arquetípico.
La facilidad y el magnetismo de Juliette también tiene que ver con dos padres con múltiples trasfondos culturales: un poco brasileros, un poco franceses, un poco polacos. La familia Binoche estaba hecha de artistas y pensadores divergentes que los llevó, por ambas ramas de parentesco, a estar encarcelados en el campamento de concentración Auschwitz, en la Alemania nazi.
Así que no solo de esa parte horrorosa de la historia se alimentó la actriz, sino de todo lo que una joven puede alimentarse de la entropía cultural europea. Y eso la llevó a tener una perspectiva única de su arte, además de un entendimiento prosaico de la actuación.
En 1996 ganó el Oscar por su rol en The English Patient y en el 2000 fue de vuelta nominada por Chocolat. En el 2010 fue reconocida como la Mejor Actriz en el Festival de Cannes y se convirtió en la primera en ganar este premio en los festivales de Berlín, Cannes y Venecia.
En su exploración artística, Juliette no dejó de lado ni el cine mainstream ni el independiente, explotando el espectro de la actuación en cada una de sus áreas. Trabajó con legendarios como Godard, Croenenberg, Kieslowski, Minghella y Haneke, construyendo una carrera que no la llevó al estrellato plástico de Hollywood pero sí al panteón del método actoral.
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