A un año del asesinato de Fernando Báez Sosa en manos de ocho rugbiers (Máximo Pablo Thomsen, Ciro Pertossi, Enzo Comelli, Matías Franco Benicelli, Blas Cinalli, Ayrton Michael Viollaz, Lucas Fidel Pertossi y Luciano Pertossi), Paula Giménez se comunicó con Nahuel Sosa para analizar masculinidades en el rugby y desentrañar la violencia fuera de la cancha. Nahuel es sociólogo y abogado, y codirector del Centro de Formación y Pensamiento Génera.
En un plano contextual, desarrolla: “Podemos situar al rugby en nuestro país como un deporte que está administrado, por lo general, por las elites. Estas elites tienen determinadas prácticas culturales y construyen hegemonía. Tienen privilegios, pero las elites naturalizan los privilegios que detentan y los confunden con derechos. Hay que tener presente que cualquier tipo de privilegio supone una desigualdad, entonces ahí es cuando las elites comienzan a justificar las desigualdades étnicas, o de clase o de género”. Explica, también, cómo es que la camaradería y compañerismo en el tercer tiempo no se traslada al resto de la sociedad.
Sosa se interioriza en el concepto de masculinidad tóxica, y cómo se traslada la violencia del deporte hacia fuera de los límites del rugby:
“Los mandatos patriarcales asocian a la masculinidad con la idea de insensibilidad , de la fuerza, de virilidad. Cuando hay una frustración de la masculinidad, la salida que encuentra el patriarcado es intentar reforzarla de un modo más extremo. Estas agresiones son intentos de reforzar mandatos de masculinidad desde un lugar de violencia, ya sea en términos físicos o simbólicos, hacia las mujeres o hacia distintas comunidades de la diversidad, como puede ser la comunidad homosexual”.