Benito Quinquela Martín: filantropía con pincel en mano
Un día como hoy, hace 44 años, falleció uno de los íconos más prominentes de la cultura porteña: Benito Quinquela Martín. Sus barcos descomunales y los colores estridentes que marcan el paso del día bajo los turnos interminables de los trabajadores portuarios son un símbolo en el arte popular, y funcionan como marca registrada en sus cuadros. Pero, ¿por qué Quinquela estaba obsesionado con el universo del puerto?
Silvina Gregórovich, sobrina nieta de Quinquela y cabeza de la Fundación Quinquela Martín, trabaja por desdoblar la figura del artista. "Era un tipo de un corazón inmenso que nunca jamás, ni en ningún momento de su vida hasta su muerte, se olvidó de dónde venía", comenta la curadora.
Benito se crio en un orfanato hasta los siete años, cuando fue adoptado por una familia de muy bajos recursos. Mientras crecía, buscaba un escape de la realidad mientras trabajaba en el puerto para poder comprar sus primeros pinceles.
¿Cuál es la verdad de Quinquela?
El imaginario colectivo lo recuerda como aquel pintor que se codeó con estrellas cuando fundó la peña del Café Tortoni, que viajó a través de Europa y hasta tuvo reuniones donde Mussolini rogó por comprarle cuadros. Pero existe una realidad poco difundida: su realidad humana.
"Me consta que la gente lo paraba en la calle y le decía 'Necesito tal cosa' o 'Miré, mi mamá está enferma y necesito que la operen pero no tengo dinero'. La gente lo paraba en la calle y le hablaba. Él inmediatamente aceptaba, buscaba de hasta donde no tenía para dar algo o para pintar algo en beneficio de otra persona", cuenta Silvina.
"Por eso hay un tema con los nombres de los cuadros de Benito: tiene un montón de cuadros con el mismo nombre porque pintaba una infinidad para regalar y donar".