Las micronaciones son un tema muy interesante al hablar de la constitución de Estados-Naciones. ¿Cualquier lugar puede ser un país? Pareciera que sí y hay historias alrededor del mundo que lo demuestran.
De hecho, hace poco, Netflix recreó la historia de la República de las Rosas, una estructura de cemento de 400 metros cuadrados que el ingeniero Giorgio Rosa construyó en 1968 en la zona de exclusión frente a las costas de Italia, en el Mar Adriático.Giorgio desafió las leyes del gobierno italiano y quiso crear en esa estructura su propia nación. En los 55 días que vivió, la isla tuvo su propia moneda, su bandera e incluso una oficina postal, una discoteca y un bar. A Rosa lo cercaron con juicios y acusaciones de promover el juego ilegal, el alcohol y las drogas. Y las autoridades la terminaron dinamitando, no sin cargarle las costas del operativo al efímero presidente.
Éste no es el único caso de construcción de micronaciones, hubo un caso en Sealand, Inglaterra, Molosia, en Nevada Estados Unidos o Monte Athos en Grecia. Jorge Montanari, investigador del CONICET y autor de Que país, un libro que habla de estos lugares que de un día para el otro deciden ser un país, estuvo en IP Global para conversar con Fernando Duclós sobre las particularidades y las extrañas historias detrás de estos micromundos.
"A veces la ley se adapta para poder permitirlo, como pasó en el caso de Mónaco por ejemplo. A veces son proyectos románticos y otras veces la búsqueda de un vacío legal para dejar de pagar impuestos" explicó el especialista.
Técnicamente, los fundadores de las micronaciones se ajustan a lo pactado en la Convención de Montevideo sobre los Derechos y Deberes de los Estados. Una vez declarados estos países irreales, no dudan en crear su propia bandera, himno, monedas y su propio sistema de gobierno. En la mayoría de ellos es posible solicitar incluso la ciudadanía.
"Hay varias generaciones de familias que persisten en sus reclamos soberanos y que buscan apoyarse en toda legalidad".
El caso que más le llama la atención a Montanari es el caso de Sealand, la plataforma maritima que queda a 12 kilómetros de la costa de Suffolk, Inglaterra, en el Mar del Norte. Paddy Roy Bates la convirtió en su propio mundo, el principado de Su Alteza Real Príncipe Roy de Sealand.
Sobre esto, el investigador contó: "Cuando enjuician a Roy Bates, el fundador, el se resguarda en el documento que dice que la plataforma está fuera de aguas territoriales. Esto yo lo llamo el gol de Roy Bates a los ingleses".
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