31 años sin Manuel Puig, la figura irreverente del activismo queer en la literatura
Pocas son las plumas que pueden describir la identidad humana como lo hacía Manuel Puig. El escritor, que falleció el 22 de julio de 1990, demostró que la literatura siempre puede sorprender y que las palabras escritas no son más que una herramienta de conducción para los cuestionamientos que la sociedad no se anima a preguntar en voz alta.
Puig nació en 1932 en General Villegas, una localidad argentina que enseguida le quedó pequeña. Sus coetáneos reconocen que su frenesí mental lo llevó al cine en búsqueda de narrativas que lo encandilaran. Esto pudo encontrarlo en Italia, cuando estudió en el Centro Sperimentale di Cinematografía que lo alejó rápidamente de los empaquetados de Hollywood para enseñarle a pensar en un código alternativo (y por qué no, subversivo).
Una nueva forma acercarse a los lectores
Esa enseñanza la invocó con La traición de Rita Hayworth, una novela que se presentó con la intención de que los lectores se sientan absortos en el diálogo interno de los protagonistas. La escribió al mudarse a Nueva York y fue una premonición de las reglas que estaría destinado a romper en cada una de sus obras.
Boquitas Pintadas (1969) y The Buenos Aires Affair (1973) demostraron que el coloquialismo literario lograba hacer concreta la unión entre lector y escritor. Puig entendió que en ese código se podían replicar las inquietudes de una sociedad que se enfrentaba a regímenes militares. Fue por estas representaciones que debió exiliarse a México, ya que la Triple A amenazó de muerte a este escritor que tanto cuestionaba los paradigmas "clásicos".
El resto de sus obras arrastran todas estas preguntas en un laberinto que Puig supo construir de manera sensual. El aclamado escritor ya había ingresado al campo de la literatura argentina e inclusive tras la publicación de El beso de la mujer araña también captó la atención internacional. Su obra, que siempre tuvo un tinte transmedial, se convertiría en una película y musical de Broadway.
Manuel Puig nunca se sintió cómodo con la crítica argentina. Sabía que si bien se lo aclamaba por su ingreso meteórico a la cultura pop del momento, los mismos que reivindicaban su literatura la reducían a una commodity:
"Creen que soy un best-seller pasajero, no un escritor. Lo mismo pasó con Roberto Arlt hace treinta años, y los que le cavaron la tumba son los mismos que ahora lo ensalzan”, le dijo entonces a su amigo Tomás Eloy Martínez.
Puig y el Frente de Liberación Homosexual
El escritor que se había animado a poner a la política y a la sexualidad en una misma prisión en El beso de la mujer araña, también cuestionaba los roles de género hace 45 años. Se oponía firmemente a la marginación de la homosexualidad y lograba transmitirlo a través de sus novelas.
Puig creía que las representaciones de género se revelaban en lo cotidiano, y esta existencia, siempre presente en el inconsciente, debía ser reconocida de manera abierta. En 1971 propuso junto al historiador Juan José Sebreli, el abogado y escritor Blas Matamoro, el poeta Néstor Perlongher y el escritor Juan José Hernández la creación del Frente de Liberación Homosexual (FLH), una de las primeras asociaciones de defensa de los derechos LGBTQI+ que entabló profundos lazos con agrupaciones feministas como la Unión Feminista Argentina y el Movimiento de Liberación Femenina.